domingo, 21 de julio de 2013

Villasuso

Poesía de Quique de Lucio


                           VILLASUSO     
                                         
                                            “Lloremos lo que sea, abuela
                                              lo que sea
                                              así la lluvia no nos duele”
                                                              Cecilia de Lucio


Según creo, por lo que guarda mi memoria,
Abuela Luisa hablaba el idioma de los viejos,
conservaba palabras de una lengua
hundida bajo las piedras del camino.
Sus labios reescribían el cauce del río Ebro,
los amaneceres, la ermita,
la comarca, la gente de su pueblo.
Eran los siete años que abrían mi mundo
después de un viaje que duró todo el Atlántico,
¿qué medida tendrán estas cosas?
El olor a pintura del barco, el tabaco de los hombres,
la desaparición de mis ancestros.

Siempre cambia el tamaño de las cosas
que guarda la memoria,
los caballos
que una noche pasaron al galope en Alpa Corral
levantando centellas de las piedras.
Altos y oscuros, bajaron su lomo
a la altura que tenían mis ojos.
Aquel pozo en el río Cuarto, lago inmenso,
la piel sin fondo de la infancia,
apenas me parecería hoy un charco
que podría cruzar sin mojarme en pleno invierno.
¿Sabes cuánto miden los recuerdos?

Por eso sé que nunca volveré
a Villasuso, a esa aldea
de diez casas, ocho álamos
y el viento.
A la casona donde se amasaba
el pan de cada día. Si volviese,
mentirosa memoria, ¿qué tamaño
alcanzaría el umbral de la puerta?.
El hogar donde hervían las papas y el zapallo,
el reloj de pared y la alacena,
el olor a jamón y morcillas del depósito
y la voz, hoy perdida, de mi abuela.

Esa mujer de negro y cutis blanco
en su España eterna y para siempre.
Detrás de sus palabras sonará
el ruido inconfundible de la bicicleta caída
y su supuesto enojo y su tristeza.
De pequeño, de sólo siete, veía entre montañas
ese  solar abierto al infinito
que guardaba la vida de los viejos
y su frío. Cuántas tardes enteras
en paredes de cal no habré buscado
de unos nombres antiguos la memoria
que a punta de navaja alguien grabó:

Venancio, Julián, José, Eustasio.
En torno a ti, o sea a mí, digo
la vida va tejiendo una red invisible de recuerdos,
un ovillo que enreda la nostalgia.
Si lo pienso, el tiempo fue fraguando
la rara construcción de los abuelos:
Un gallinero dentro, dos cocinas,
un corredor arriba y otro abajo
y una sala en planta alta con las tablas del suelo
separadas. Desde esos agujeros vigilabas
las vacas y sus terneros, negra piel,
el aire enrarecido, los hedores del estiércol.

Ese lugar engendra poemas tristes
como éste que ahora en el recuerdo tropieza
y en el extranjero,
en el extranjero tropieza y en el recuerdo.
Una vida sangra en las montañas
y la otra vida sangra en las siembras del campo.
Huérfano de todas las alas, a ese lugar
pude arrebatarle un rostro:
aquel breve rostro blanco de la Luisa del que,
sin noticias, me fui alejando para que conozca
al que hoy ha regresado, ahora que tú, sombra,
desde la otra orilla comienzas a  llamarme.   

Aullaba el viento en el corral, ciego
furibundo, afilado ese invierno junto al Ebro.
En la escalera usada que condujo
la vida y la muerte de los que fueron,
de clavos herrumbrosos se colgaban
las herramientas de labranza, las pieles de las liebres.
Las grietas de la pared, las ventanas
sin cristales, las puertas arrancadas
¿anunciaban tal vez lo que te espera?
Sólo trajiste, traje, de recuerdo,
ya adulto, y bien domesticado,
una pequeña piedra, eso fue todo.


Di, memoria, ¿qué medida tendrán
estas cosas?. Yo sé que aquella vivienda
se detuvo en las vueltas de la vida
transformándose en algo muy distinto,
una apacible niebla que va y viene
y que acompaña el aire que respiro.
Que acompañará siempre el aire que respiro.
No volveré a la casa de mis abuelos, a esa Cantabria
desvalida, porque sé que el tiempo
no regresa
y de volver,  poca vida nueva sería
entre el osario familiar y los escombros.

No puedo retornar, sin remedio,
al tiempo de los álamos aquellos.
Y si hay alguna sombra al otro lado
sin medida alguna, del umbral de la puerta,
de los caballos, el río y el viaje en barco,
esa sombra quedará apretada entre mis manos.
Porque hay un continente de distancia
desde Arguello a Villasuso,
la distancia de una vida, de dos, o quizás más,
la distancia que hay de los hijos de mis hijos,
al bien amado reto de la Luisa.
Y otra medida tendría entonces, el recuerdo.-

 Quique de Lucio.-







2 comentarios:

  1. Excelente poema. Reminiscencia universos que nos acercan a quienes lo leemos. Gracias!

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  2. Las abuelas, me recordó a mis abuelas ... Adelante poeta Quique de Lucio.

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